Foto: Tomada de la web

La Rebelión en Chile contra el neoliberalismo

Por: Mayarí Castillo [1]

Es difícil hacer un análisis de lo que sucede en Chile porque el escenario es muy móvil. Es difícil dar una interpretación 100% certera, pero han sido días muy difíciles porque aparte de vivir un estallido muy fuerte en las calles, hay una violencia y represión estatal que no conocíamos desde la dictadura. Chile vive 47 días de movilización intensa que ha dejado más de 2000 heridos, más de 200 personas con heridas o pérdida de sus ojos, más de 30 muertos y todos los días hay víctimas nuevas de distintas violaciones a los derechos humanos por parte del estado.

Creo que una de las grandes cosas que ha salido a la luz, es que se trata de una crisis muy profunda. Es el fin de un ciclo, algo que ya se venía anunciando y manifestando hace décadas contradiciendo las interpretaciones que afirman que nadie vio venir este descontento tremendo que estamos viendo en las calles. Esto es falso, Chile es un país que se ha movilizado intensamente en los últimos 15 años, ha habido movilizaciones en casi todas las áreas, por educación pública, por el sistema de pensiones. El año pasado vimos una muy importante por parte de la educación secundaria y superior ligada a movimientos feministas, también hemos visto movilización en temas ambientales e indígenas. Es decir, hay muchas aristas en las que se ha manifestado el descontento por un lado y, tenemos por otro lado, un sistema político que ha bloqueado sistemáticamente esta movilización y que ha impedido que se traduzca en avances en materia social.

En medio de este estallido conviene preguntarse si es el fin del neoliberalismo. Eso no lo sé, pero sí sé que es el agotamiento de varias de las medidas de la agenda neoliberal que se impusieron en Chile en dictadura y que si bien se mostraron indicadores importantes en algunas áreas como en reducción de pobreza en donde Chile mostró avances significativos, pero no lo fue así en desigualdad y bienestar. Hoy observamos el fracaso de ese enfoque que es en el fondo el fracaso de las políticas focalizadas en desmedro de las políticas universales, sumado a un Estado que se retira en la mayor parte de las áreas estratégicas del bienestar de la población. Y la crisis desnuda esta realidad: todos los servicios estratégicos del país están en manos privadas: transporte, agua, energía, saneamiento, carreteras, pensiones. Esto es realmente grave en una crisis como la que tenemos hoy, porque cuando tienes un problema con el transporte y te das cuenta que en parte importante esto no le pertenece al Estado, es poco lo que puedes hacer. Te das cuenta que el agua y la red misma de alcantarillado no le pertenece al Estado, es poco lo que puedes hacer. Tienes problemas con el acceso a la salud y parte importante ha funcionado con un modelo de voucher privado, también es poco lo que puedes hacer. Tienes un problema con las pensiones, una de las demandas más sentidas por la población y esto también está en un sistema privado. ¿Qué salida puede ofrecer un Estado que no tiene las herramientas para resolver las demandas de una población agotada del maltrato y de la desigualdad? Te das cuenta entonces que lo que se debería hacer para solucionar lo que acontece en Chile son reformas estructurales de largo alcance, que toquen el corazón del modelo y todas las privatizaciones que realizó, algo que ni la élite ni gran parte de la clase política parecieran estar mirando.

Y en eso es importante hablar sobre el rol de la izquierda en la movilización. Yo creo que cuando empieza la gran crisis, una de las grandes críticas es que a todos los sectores de la izquierda les ha quedado grande el poncho. Nadie ha sabido bien qué hacer, se ha mostrado una profunda fragmentación y varias acciones erráticas lamentables. En el fondo lo que vemos en la calle es un descontento que tiene múltiples aristas y las fallas para interpretar lo que sucede han mostrado la profunda desconexión que la parte de los partidos de izquierda y del sistema político en general tiene con la difícil cotidianeidad del Chile actual para la mayor parte de la población. Esto no sólo tiene que ver con lo económico, la gente demanda dignidad y eso es algo con un horizonte muy amplio. Si alguna vez pueden ver fotos de las movilizaciones verán que las demandas tienen que ver con cosas muy diversas, desde “me movilizo por ti, abuela que tienes una pensión que no te alcanza para comer” hasta “me movilizo por ti mamá, que moriste en el hospital sin que te atendieran”. Cuando uno ve esas demandas piensa ¿cómo resolvemos tanto dolor? Lo que estamos viendo es el agotamiento de un modelo económico que nos ha dado una desigualdad tan grande que las personas simplemente no pueden sobrevivir y esto no lo ha procesado la clase política. Por eso sorprenden algunos que dicen “esto que pasó en Chile fue porque subieron el transporte 30 pesos… una gran explosión, estado de emergencia, se queman todas las estaciones de metro por 10 céntimos de dólar”. Pero ¿son 10 céntimos el problema? 5 o 6 años atrás, los datos de la encuesta PNUD nos decían que la gente se sentía maltratada principalmente por temas económicos, cerca de un 70% declaraba esto y por temas vinculados a la pertenencia a estratos socioeconómicos bajos. Entonces estamos ante un malestar creciente que hoy en día es difícil de controlar, es como cuando abres una lata y sacas todo lo que has acumulado por muchos años, quieres volver a meter todo adentro para ordenarlo y que vuelva a estar como antes y ya no cabe. Y en Chile ya no es posible volver a como estábamos antes.

Pero, así como hemos visto una fractura profunda dentro de la izquierda y el progresismo, también la élite y los partidos de derecha han mostrado su fractura. Hoy más claramente que antes se percibe a una derecha que cuenta con dos proyectos diferentes, con un gobierno que muestra niveles de aprobación bajísimos, fenómeno que no sólo tiene que ver con la gente movilizada y que ha sido oposición al gobierno de Piñera desde el principio, sino también con una profunda preocupación entre las élites económicas que ven con temor que Chile deje de ser tan rentable para quienes por muchos años disfrutaron del modelo económico. Ahí observamos una tensión que yo creo que se ha visto agudizada por el hecho que, por primera vez en 30 años, las élites se han sentido realmente amenazadas por la movilización social. Y esto se vió en el impulso que dieron a lo que se llamó una “agenda social” que buscaba, desde el mismo modelo económico, atender a las demandas de la ciudadanía, lo que claramente no fue bien recibido por las personas movilizadas.

En este contexto, nos enfrentamos a un proceso constituyente que busca modificar la constitución elaborada durante la dictadura de Pinochet, que comienza con un plebiscito en abril y que seguramente marcará un período de gran polarización social, tanto en los meses previos como en lo que sucederá después. Una señal es el importante debate que se está teniendo sobre escaños reservados en los pueblos indígenas y la paridad de género en la instancia que redactará la nueva Constitución, lo cual ha develado la vocación excluyente y antidemocrática de la derecha chilena pues se ha opuesto de manera sistemática a esta indicación, pese a la importante movilización social en torno a ambos temas. Recordemos que la bandera mapuche se ha convertido en un símbolo de las movilizaciones y la acción del colectivo “Las tesis”, un himno feminista que atravesó nuestras fronteras. Aun así, nuestras élites les cierran la puerta a estos grupos.

Notas:

[1] Antropóloga Social, Universidad de Chile. Doctora en Sociología, Lateinamerika –Institut, Freie Universität Berlin. Ha desarrollado investigación sobre estratificación y desigualdad, pueblos indígenas y fenómenos urbanos/ambientales. Es académica de la Escuela de Antropología de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano e Investigadora del Centro de Economía y Políticas Sociales de la Universidad Mayor, CEAS.