Foto: Susana Hidalgo (Chile)

Hipótesis en torno a las rebeliones en América Latina

Por Hernán Ouviña [1]

Voy a plantear algunas hipótesis de carácter general en torno a estas rebeliones populares y la dinámica de crisis política que involucran. Una primera cuestión clave es que a las izquierdas nos cuesta mucho tener una visión de la coyuntura que logre trascender el coyunturalismo y la inmediatez. En segundo lugar, también resulta dificultoso tener un análisis de las relaciones de fuerza que no se agote ni restrinja a nuestras respectivas realidades y territorios. Por lo tanto, se torna complejo leer lo que está sucediendo actualmente como un cambio a nivel de correlación de fuerzas en América Latina e incluso a escala global, a pesar de que a partir de lo que viene sucediendo en Colombia, queda claro que estos procesos de insubordinación y desacato han asumido un carácter continental. Esto costaba comprenderlo parcialmente hasta la rebelión en Chile, aunque ya veníamos de vivenciar el levantamiento en Ecuador y también en Haití. Las derechas y clases dominantes tienen mucha capacidad de lectura continental y global, pero a los pueblos nos cuesta poder abordar de manera integral a estas dinámicas de lucha, por estar fracturados en “republiquetas” como denunció Simón Bolívar. De ahí que sea imprescindible pensarnos regionalmente y en forma articulada, desde una identidad latinoamericanista y como pueblos-continente, ya que nos solemos concebir como organizaciones y movimientos en lucha, pero no más allá de nuestras fronteras.

Entonces, como primera hipótesis diría que en los últimos meses lo que se produjo fue una dinámica de irradiación, es decir, de influencia, resonancia y repercusión mutua de los diversos procesos de lucha, que en conjunto hizo que la rebelión y el descontento emergiera como una fuerza de carácter continental, a punto tal de plantear que vivimos un movimiento constitutivo a nivel regional, desigual, pero con crecientes grados de combinación y articulación entre sí. Esta dinámica parece estar contagiando a otras latitudes y generar un envalentonamiento, así como una ruptura del miedo, el sentido de la inevitabilidad y la cultura del desvinculo, en muchos territorios del continente donde hasta hace poco tiempo el neoliberalismo parecía no tener fisuras.

A su vez, en estas rebeliones no estamos en presencia meramente de movimientos sociales o populares, sino frente a verdaderos pueblos y sociedades en movimiento, lo que evidencia un tránsito de una multiplicidad de sujetos y sujetas en lucha, a la amalgama y constitución de un sujeto múltiple, habitado por la diversidad, pero con capacidad de cohesión y masividad en las calles, congregando a diferentes sectores populares, organizaciones, colectivos y comunidades en torno a una plataforma en común. En este sentido, hoy se está reanudando lo que desde el Grupo de Trabajo de CLACSO llamamos “Ciclo de Impugnación del Neoliberalismo en América Latina” (CINAL), en un doble sentido: se está relanzando, reiniciando con mayor fuerza y radicalidad, y a la vez se está volviendo a anudar, es decir, a articular y conectar a escala regional, ya no desde la mera reacción local frente a los embates neoliberales, si no desde una perspectiva de contrataque mancomunado y una confrontación abierta, en un plano callejero y antagonista, contra la mercantilización y precariedad de la vida, pero también contra una institucionalidad estatal autoritaria, de clase, colonial y patriarcal. Es importante aclarar que el CINAL no inició con los gobiernos progresistas, sino bastante antes: a partir de la activación de las luchas antineoliberales que irrumpieron con fuerzas a finales de la década de los ochenta, y que van del Caracazo a los levantamientos indígenas en la región andina, del alzamiento zapatista en Chiapas a diciembre de 2001 en Argentina, pero que empalman luego con el ascenso y el triunfo a nivel electoral de ciertas coaliciones y plataformas políticas, e incluso con el despunte de determinados liderazgos a nivel continental, a partir de la asunción de Hugo Chávez como presidente en 1998, al que le suceden una serie de gobiernos que genéricamente se han denominado “progresistas”, y que más allá de sus ambigüedades y diferencias configuraron un archipiélago regional en común. Si desde hace algunos años se vive un declive y agotamiento de estos gobiernos, no cabe equiparar esta deriva con el cierre del CINAL.

El ciclo de rebeliones populares e impugnación del neoliberalismo que hoy se reanuda y revitaliza con fuerza, evidencia un relevo generacional, étnico y de género: generacional, porque en buena parte de las protestas callejeras son las y los jóvenes los principales protagonistas. En Haití son las juventudes populares las que dinamizan y sostienen las luchas; en Chile fueron las y los secundarios de 14 a 16 años quienes dieron el puntapié, aunque es importante dar cuenta de los sucesivos relevos y ciclos de lucha estudiantil -de 2001 y 2006 a 2011-, a través de los cuales han generado un acumulado en términos de consciencia y dinámicas de confrontación, hasta lograr una acción que fue más allá de su sectorialidad, bajo la consigna “¡Evadir, no pagar, otra forma de luchar!”, que concitó la salida a las calles de cientos de miles de personas. Es un relevo también étnico, ya que hay una nueva generación militante de carácter indígena, no sólo en Ecuador, sino también en Chile y en Colombia, especialmente en el Cauca. Y hay un relevo sobre todo de género, por el protagonismo transversal de las mujeres y los feminismos populares, comunitarios, decoloniales, de campesinas e indígenas.

Lo interesante es pensar en una dinámica que vincula acontecimiento y proceso, para entender que éstas no son meramente rebeliones espontaneístas que irrumpen de la nada, si no que expresan una espontaneidad que se nutre de un activismo y un crisol de luchas subterráneas que preceden a estas explosiones, y fueron el caldo de cultivo que habilitó la confluencia de múltiples resistencias, contribuyendo a la erosión de ese sentido común neoliberal. Es desde esta óptica que las revueltas se tornan más comprensibles. Ahí está la larga tradición de lucha del pueblo mapuche en territorio chileno, los grupos y colectivos feministas, las movilizaciones multitudinarias anti AFP, las organizaciones de pobladores y pobladoras, es decir, hay una sociedad asqueada de la lógica neoliberal en todos los planos de la vida social. Lo mismo puede decirse en el caso de Ecuador, Haití o Colombia. Se abre así un boquete en el proyecto neoliberal, sobre el que la izquierda debe actuar, aunque problematizando qué entendemos por neoliberalismo. Es preciso entender que jamás puede concebirse al neoliberalismo en la clave de un juego de suma cero con respecto al mercado, cuya consolidación suponga un “Estado ausente” o “mínimo”, o desde la perspectiva meramente de un conjunto de “políticas económicas”, ya que todo el ciclo neoliberal fue un ciclo de omnipresencia estatal, que involucró e implica aún hoy una alianza estratégica entre el mercado y el Estado, para privatizar, precarizar y gestionar la vida en todas sus dimensiones. Actualmente estamos ante un neoliberalismo de guerra como el que padecen Colombia, México, Chile, Paraguay e incluso Perú, y en estos países el Estado, lejos de esta “ausente” o haberse “minimizado”, ha sido un actor fundamental y de primer orden en el avasallamiento de territorios, la vulneración de derechos y la multiplicación de zonas de sacrificio al calor del extractivismo.

Son revueltas que despliegan huelgas políticas de masas en la clave que supo teorizar Rosa Luxemburgo. Huelgas de carácter político, no sectorial ni corporativo, ya que interpelan directamente al Estado y cuestionan las bases mismas del modelo neoliberal, y de masas, porque no se emparentan con huelgas definidas desde arriba por una central sindical o partido político, sino que desbordan a toda estructura tradicional, desde ámbitos comunitarios, movimientos sociales, barriadas populares y luchas callejeras, tanto en Colombia, Ecuador, Chile o Haití. Aquí emerge un elemento interesante de disputa por la hegemonía y de impugnación de una institucionalidad estatal neoliberal, pero también de la colonialidad y el carácter profundamente patriarcal de estos Estados. No sólo se combina acontecimiento y proceso, sino que estas rebeliones demuestran lo erróneo de un sentido común progresista que piensa como imposible la articulación entre radicalidad y masividad. Hoy las rebeliones que circundan el continente unen un proyecto profundamente osado en términos de exigencias, de instalar la discusión de una asamblea constituyente plurinacional en territorio chileno o en la propia Colombia, con la presencia en las calles y la deliberación en espacios públicos de millones de personas. Lo que cruje es, por tanto, es el Estado en sus estructuras de funcionamiento más profundas. Estamos ante el declive y fracaso del proyecto neoliberal, pero también de los progresismos, por lo que ya no hay modelos a seguir. Ni el supuesto “modelo” de Chile que se vendía como el jaguar latinoamericano y hoy se evidencia como profundamente perjudicial para las clases populares, ni tampoco aquellos que, como Venezuela o Bolivia, hasta hace poco tiempo eran una referencia para ciertos sectores de izquierda. Hay un eclipsamiento de esa potencialidad que supieron tener ciertos gobiernos progresistas, lo cual implica repensar y hacer un balance autocrítico en una clave de audacia e imaginación política en el caso de las izquierdas, pero también desde el conglomerado de organizaciones y movimientos que están surgiendo al calor de estos procesos de lucha.

A modo de cierre, menciono algunas de las principales cuestiones a tener en cuenta para este debate colectivo de cara al futuro: lo primero, la necesidad de discutir a fondo la matriz productiva, ya que el ciclo progresista casi no tocó la estructura económica y menos aún se animó a problematizar el capitalismo periférico, dependiente del mercado mundial, lo que redundó en una de las mayores fragilidades de estos proyectos. Otro tema es que, frente a la barbarie misma en ciernes, no cabe sino reinstalar al horizonte socialista como alternativa civilizatoria más urgente que nunca. Desde ya, tiene que ser un socialismo en el que quepan muchos socialismos, que pueda articular tradiciones y proyectos emancipatorios diversos, sin ánimo vanguardista ni homogeneizador. Ligado a esto, la necesidad de pensar y discutir la dialéctica entre poder propio y poder apropiado, ya que el progresismo se recostó casi en su totalidad en un poder apropiado por la vía electoral, y muy poco en un poder propio, construido desde abajo y a partir del protagonismo popular. Hoy el parlamento indígena y de mujeres, las asambleas territoriales y los cabildos, así como las diferentes formas de deliberación en las calles están prefigurando una nueva institucionalidad, que va a contramano de aquellas lógicas de un poder estatal refractario a las clases populares. Otro aspecto importante son los procesos de asamblea constituyente y la necesidad de forjar un sujeto constituyente que perdure más allá de la modificación normativa y jurídico-política. También es fundamental debatir las limitaciones de los llamados hiper-liderazgos y la personalización del poder, que fue uno de los puntos flojos de los progresismos. Es preciso apostar a la construcción de liderazgos colectivos, algo que al final de su vida el propio Chávez reconoció en clave autocrítica, de priorizar la generación de un relevo y la constitución de sujetos de carácter colectivo que perduren más allá de las individualidades. Finalmente, está el desafío de cómo enfrentarnos a una derecha que hoy en día es “participacionista”, una derecha revanchista, racista y misógina, que sin embargo disputa las calles y el sentido de los repertorios de acción. Es importante, por tanto, articular la lucha confrontacional y la dinámica antagonista, que no reniegue de la reivindicativo pero que tampoco desestime la necesaria revitalización de los procesos autogestionarios, y que pueda nutrirse y aprender de los feminismos populares y comunitarios, que enseñan mucho en términos de autocuidado colectivo, para resguardar y defender los proyectos de vida digna al calor de los procesos de lucha, y evitar que este neoliberalismo de guerra que hoy se despliega, devaste nuestras formas de vida, tanto humanas como no humanas.

Notas:

[1] Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Buenos Aires. Profesor de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) s. Investigador del Instituto de Estudios de América Latina y el Caribe (UBA) y del Centro Cultural de la Cooperación. Coordinador del Grupo de Trabajo de CLACSO “Estados latinoamericanos: rupturas y restauraciones”. Su campo de estudio tiene que ver con Estado, educación popular, pensamiento crítico  y movimientos sociales en América Latina.